por la Traductora Pública y Abogada Mariana Prandi.
Esa palabra que suena tan raro y que está tan de moda se refiere a la acción de postergar lo que tenemos que hacer hasta el último momento posible. O sea, no se cumple el proverbio «no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy».
A la hora de procrastinar, se deja para mañana lo que no se quiere hacer nunca.
Sucede cuando se hacen otras actividades o muchas a la vez, todo con el mismo propósito: posponer esa tarea tan temida. En la cultura “multitarea», toda excusa sirve. Se pueden anteponer actividades por necesidades artificiales o reales, no importa tanto como el hecho de que siempre hay algo que demora lo que no se quiere hacer.
Y la tarea procrastinada no necesariamente debe ser algo feo, puede ser algo muy difícil o aburrido. Las opciones son tan infinitas como la imaginación.
No hace falta que se trate de algo malo, puede ser algo que tiene una fecha límite y no hay incentivo suficiente para hacerlo antes.
El buen criterio dicta que una tesis para presentar en la universidad, redactada durante los últimos días y terminada durante la última hora del último día del plazo, para entregarla nunca, va a tener tan buena calidad como una a la que se le dedicó tiempo y reflexión.
Es justo eso de lo que habla el escritor Tim Urban en su charla TED «¿Qué pasa dentro de la mente de un procrastinador?».
Urban usa imágenes parecidas a la película «Intensamente», donde personajes graciosos manejan a las personas como títeres.
Menciona que es como si en el cerebro existieran tres personajes que guían el comportamiento. El primero es un mono que conduce el timón de un barco. Él es el encargado de tomar decisiones, pero lo único que le importa es vivir el presente y divertirse, o sea la gratificación instantánea.
Cuando la fecha límite para actuar se acerca, aparece lo que Urban llama “el monstruo del pánico”, que asusta al mono para que haga lo que se supone que tiene que hacer en vez de divertirse. Ahí recién aparece la persona que toma decisiones racionales y cumple con lo que había que haber hecho antes.
La procrastinación lleva a pensar que postergar algo derivará en que alguien más lo haga, o sacrificar el placer del presente por un resultado futuro es como hacerle un favor a otra persona.
Se realizaron estudios científicos que vieron que, cuando los voluntarios pensaban en sí mismos en el futuro, usaban las mismas partes del cerebro que cuando pensaban en otras personas.
Con ese razonamiento, no tiene sentido hacer dieta, estudiar o ahorrar.
Si a algunas personas podría resultarle difícil poner manos a la obra con una fecha límite, puede ser todavía más difícil cuando no hay un plazo, porque el monstruo del pánico nunca viene. Y por eso hay cosas que nunca se terminan de hacer y después tal vez ya no importan. O sí, pero ya es tarde.
En su libro «Los 7 Hábitos de la Gente altamente efectiva», el autor Stephen R. Covey organiza un cuadro para calificar las tareas pendientes con ejes, de acuerdo con su nivel de urgencia e importancia. En la Matriz de Covey se priorizan las tareas urgentes e importantes y se desestiman las que se consideran ni urgente ni importante, que directamente se recomienda eliminar de la lista para no perder el tan valioso tiempo.
Existen también estrategias de gestión del tiempo para mejorar la productividad, como hacer listas, discriminar las horas de mayor y menor productividad de acuerdo a cada persona y diferenciar el entorno de trabajo del de la vida cotidiana. Esta última estrategia es muy útil para organizar el trabajo remoto.
Pero la procrastinación no es el único extremo que existe a la hora de manejar el tiempo. Todo lo contrario de ella, y menos conocida, es la precrastinación. Es la tendencia de cumplir con submetas a la primera oportunidad, aunque eso implique hacer un esfuerzo adicional. La usó por primera vez el profesor de Psicología de la Universidad de California David Rosenbaum, en un estudio publicado por él en 2014.
Los precrastinadores creen a ultranza en el refrán «Al que madruga, Dios lo ayuda». Tal vez debido a la ansiedad que sienten para cumplir con el objetivo, no le dan a la tarea la debida reflexión, lo que a su vez repercute negativamente en la calidad del resultado final.
El paso del tiempo ayuda a afianzar los conocimientos y a sacar conclusiones. Apurarse con tal de terminar lo pendiente, sin tomarse el tiempo necesario, puede ser tan contraproducente como dejar pasar el tiempo sin hacer nada y dedicar a la tarea un trabajo demasiado intensivo.
En inglés se utilizan las mismas palabras para referirse al uso del tiempo y del dinero. «Spend» se usa tanto para pasar el tiempo como para gastar dinero. Lo mismo sucede con ahorrar («save») y perder o malgastar («waste») y es conocida la frase «Time is money» (el tiempo es dinero).
Una situación que une el tiempo con el dinero es el “Tax Day” en EE.UU. El 15 de abril de cada año es la fecha tope en que los ciudadanos tienen para interponer una declaración jurada que determina cuánto van a pagar de impuestos.
En un capítulo de Los Simpsons, (“The Trouble with Trillions”, Temporada 9 – Episodio 20), cuando todos están celebrando el año nuevo, Ned Flanders-el paradigma del cumplidor- se despierta ansioso para calcular sus gastos y llegar a mandar su declaración jurada apenas abra el correo. Y, por supuesto, llega el último minuto del último día y se ve que Homero -todo lo contrario- se dejó estar. Cuando va corriendo al correo, hay una fila larguísima y hace de las suyas para que la carta se mande. La carta cae dentro de un contenedor que dice “auditoría extrema” Y a partir de ahí empiezan los problemas…
Entonces, al igual que con el manejo del dinero, es cuestión de encontrar la medida justa para el uso del tiempo. Ni derrochadores ni avaros. Sin prisa pero sin pausa.
Y si no es hoy, será mañana. 😅