UN REGALO
escrito por la Traductora Pública y Abogada Mariana Prandi.
Para quienes nos gustan los idiomas, toda oportunidad es buena para practicarlos. Puede ser nuestra lengua materna, de la que, tal vez, no tenemos tanta consciencia en cuanto a la teoría, o algún idioma que aprendimos, del que podemos saber la teoría al pie de la letra y nos olvidamos de la espontaneidad.
Cualquiera sea el caso, las películas, las canciones y los artículos periodísticos casi le sacaron el rol protagónico a los diccionarios o a los libros de texto a la hora de aprender. Ahora tenemos acceso a un sinfín de posibilidades y los límites entre el estudio y el entretenimiento se vuelven cada vez más difusos.
Tanto es así que podemos hasta aprender sin proponérnoslo. Basta con prestar atención al idioma original de una película o pedirle a la plataforma de música que nos deje ver las letras, así de paso cantamos cuando nadie nos ve. Asimismo, no sentimos que estamos haciendo la tarea cuando miramos la última temporada de nuestra serie favorita.
Es raro pensar que no siempre fue así. Y está bien mirar hacia atrás para reflexionar cómo aprendían las generaciones anteriores, como una forma de valorar el presente. Alan Kay, genio de la informática, acuñó la frase: “tecnología es todo aquello que no existía cuando tú naciste”.
Los niños que todavía no saben leer, pero saben tocar el cartel para omitir la publicidad en un video o pedirle verbalmente a la inteligencia artificial de la casa que prenda la luz que todavía no pueden alcanzar por su altura, nunca van a llegar a entender que ocurran situaciones tan obsoletas y frustrantes como tipiar una página entera de nuevo porque hay un error en la última línea o tener que esperar que un canal de aire decida incluir el video que queremos ver en la única hora de música que hay por semana en la programación. La prehistoria tecnológica no está tan lejos en el tiempo como parece viendo hacia atrás.
Para ellos, la posibilidad de contenidos “on demand” no es tecnología, es la vida misma. Ni siquiera es un progreso pensar en un reproductor de CD’s o una fotocopiadora. Ya casi ni la impresora tiene razón de ser cuando existen los lectores digitales de libros. Y si hay programas que los leen en voz alta, ¿para qué leer?
Lejos de parecer tremendista por la posibilidad de que la evolución de la tecnología ayude a la vagancia y no tanto a resolver problemas de acceso a los recursos, la internet se vuelve un factor igualador a la hora de estudiar. Con acceso a internet, el estudiante de un país en vías de desarrollo puede ver el mismo tutorial que uno que vive en una potencia, aunque no tenga los medios para comprar libros o pagar clases particulares.
Lo mismo si retomamos el concepto de aprender durante situaciones placenteras. Una “maratón” de diez capítulos de una serie puede ser tan productivo como innumerables horas de audios antiguos y sin contexto. O más productivo todavía, si ese conocimiento fomenta la interacción social, con suerte con nativos del idioma que queremos aprender.
No importa si aprendemos idiomas por un objetivo laboral o por mero placer. La disponibilidad de material actualizado y de fácil acceso y un mundo cada vez más pequeño donde no hace falta viajar físicamente para interactuar con otras personas son parte de un regalo que nos da la época actual, que por eso se llama “presente”.
¡A disfrutarlo!📚